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LA SEMANA SANTA DE LOGROÑO

ORÍGENES, ANTIGÜEDAD Y RAIGAMBRE TRADICIONAL

LA COFRADÍA DE LA SANTA VERA CRUZ

La cofradía de la Santa Vera Cruz se funda el 29 de marzo de 1537, Jueves Santo, en el “Santo Convento de San Francisco extra muros de la muy noble y muy leal Ciudad de Logroño”. La regla se redactó y mandó a aprobar al Obispado. Ya la tenían para la fiesta de la Cruz de Mayo.


Desde su fundación, la cofradía de la Santa Vera Cruz tuvo su sede en el convento de los franciscanos. El guardián del convento era, por estatutos, el capellán de la cofradía, y el resto de franciscanos se consideraban miembros también de ella. Y allí tuvo lugar el día 28 de mayo de 1543 la firma de la carta de hermandad por la que el Ministro General de los franciscanos, fr. Juan de Calvi, concedía a esta cofradía de la Santa Vera Cruz y a todas las demás erigidas bajo el mismo título todas las gracias e indulgencias de las que disfrutaba la Orden, que no eran pocas.


En concreto, la sede de la cofradía radicaba en la capilla de la Santa Vera Cruz, la primera a mano derecha según se entraba al templo. Esta capilla tenía un acceso independiente desde la portería del convento. Allí colocó la cofradía un retablo con la imagen del Santo Cristo crucificado. Esta imagen, titular de la hermandad, suscitó pronto la devoción en la comarca; de hecho sabemos que tenía delante ardiendo permanentemente una lámpara.

Muy noble y muy leal Ciudad de Logroño.

Andando el tiempo, las necesidades de la cofradía se hicieron mayores y la capilla se quedaba pequeña. Por ello, en 1719 la comunidad cedió otra contigua, dedicada a San Bernardino, santo franciscano de honda raigambre en la historia local. La traza de la planta de la nueva capilla, “con más extensión, perfección, firmeza y hermosura”, la levantaron los arquitectos D. José de Soto y D. Martín de Gavirondo, el Mayor. En dicha capilla conservaba la cofradía sus pasos procesionales y los hermanos, por acuerdo con la comunidad, tenían derecho de enterramiento en ella. Para 1723 la obra debía estar ya concluida, al menos en su interior. Con todo, parece que la cofradía tuvo graves dificultades para sufragar los gastos de las obras pues veinte años más tarde seguía acumulando deudas por este concepto. Una vez sufragado el importe total de la obra y con el propósito de rematar la remodelación integral de su capilla, la Vera Cruz encargó un nuevo retablo, más suntuoso, que hacia 1779 era dorado por los maestros logroñeses D. Agustín Ángulo y D. Francisco Ruiz.

LA PROCESIÓN DEL JUEVES SANTO

La cofradía de la Vera Cruz era la encargada de la organización de la procesión del Jueves Santo o Jueves de la Cena, como era conocido ese día en pasadas centurias. Y, de igual modo, desde un cierto momento, desempeña también un papel destacado en la del Domingo de Ramos. Antes, durante la Cuaresma, había tenido también sus prácticas devocionales, como el canto del Miserere en su capilla los domingos por la tarde con la participación de la comunidad franciscana.


El Domingo de Ramos tenía lugar una de las doce procesiones generales que a lo largo del año se celebraban en Logroño. A ella concurrían el Ayuntamiento, los cabildos parroquiales y el de la Colegiata de Santa María de la Redonda. También el obispo cuando se hallaba presente en la ciudad, como ocurrió, por ejemplo, en 1597 siendo prelado D. Pedro Manso, quien se encargó personalmente de repartir los ramos para la procesión en el Campo de San Francisco o Coso, contiguo al convento, donde se procedía a la bendición de los ramos, si bien luego la ceremonia se trasladó al interior del templo conventual.


Con todo, la procesión principal de la Vera Cruz tenía lugar el Jueves Santo por la tarde, después del Oficio de Tinieblas. En la mañana de ese día los cofrades tenían que haber participado obligatoriamente en la Misa y en el sermón del mandato (que sufragaba la propia cofradía) y todos debían estar igualmente confesados y reconciliados entre sí. Al atardecer, la comunidad franciscana junto con la cofradía recibían al Corregidor y al resto del cabildo municipal “y se predica la Disciplina”, es decir, el sermón en que se preparaba a los disciplinantes para realizar con buen espíritu su penitencia, de forma que fuera grata a Dios y beneficiosa para su salud espiritual. Este sermón lo predicaba siempre uno de los frailes del convento.


Acabado el sermón de disciplina, comenzaba la procesión, en la que participaban todos los hermanos de la Vera Cruz, tanto los de luz como los de disciplina. A ella se invitaba tanto a la comunidad franciscana como al Regimiento de la Ciudad. El Ayuntamiento proveía las “hachas de cera que es costumbre de llevar para alumbrar la procesión de los disciplinantes el jueves de la cena”.

Daba inicio a la procesión la cruz procesional, o “cruz alta donde lleve la imagen de nuestro Redentor”, normalmente cubierta con un velo morado y a la que alumbraban dos ciriales. Detrás, en dos filas, avanzaban los hermanos de luz portando los cirios o hachones que servían para iluminar el recorrido, no excesivamente tenebroso pues siempre se contaba con el beneficio de la luna llena. En medio de ellos se situaban, normalmente de dos en dos, los hermanos de azote o disciplinantes. Éstos vestían “hábitos de lienzos blancos groseros, hechos a manera de T con su capilla para cubrir el rostro y cabeza [para asegurar su anonimato] y descubiertas las espaldas, y delante un escudo de las cinco llagas y su cordón hecho de esparto o de cáñamo, con sus disciplinas en las manos”, según señalaban las reglas.


No sabemos si los hermanos de luz también vestían hábito o si, por el contrario, desfilaban con su atuendo ordinario. Una referencia aparecida en un pleito del año 1555 invita a pensar que quizás fuera probable que, al menos algunos hermanos de luz, portaran también túnica, sobre todo si les correspondía llevar alguna insignia.


Al final, uno de los frailes llevaba un Crucifijo de mediano tamaño alumbrado igualmente por ciriales, quizás la propia imagen titular de la cofradía que a lo largo del año presidía el retablo de su capilla. Con el tiempo, una vez que aparecieron los pasos, como diremos, este Crucifijo era portado por turno por los antiguos mayordomos.


Cerraba la procesión la presidencia eclesiástica y el acompañamiento de las autoridades municipales; concretamente, y al igual que el Domingo de Ramos, “el Guardián lleva a la mano derecha al Corregidor”. De hecho, todos los regidores estaban obligados por razón de su cargo a asistir a dicha procesión, lo mismo que al resto que acudía la corporación, “so pena de seis ducados a cada uno que falte aplicados a obras pías”.


Siguiendo con el orden de la procesión, sólo cabe indicar que el resto de los religiosos iba en dos filas “cantando el salmo Miserere”. Con el fin de dotarla de una mayor solemnidad se contrataba también a la capilla de música de la Iglesia Colegial, lo que no gustó en exceso a los canónigos puesto que, ya en 1570, el Cabildo advertía al aproximarse la Semana Santa que “si los cantores van a la procesión de la noche de la Cena es por su voluntad y no por la del Cabildo, y es cuenta de ellos si les hace daño y que en Pascua han de cantar en la Colegial”.

La procesión partía del convento de San Francisco y en él se recogía de nuevo después de haberse adentrado hasta el mismo corazón de la ciudad. Con toda probabilidad, la procesión discurriría por las calles de la judería hastala Rúa nueva o de la Herventia (actual calle de Portales) y pasando por delante de la Colegiata y del Palacio del Obispo regresaría por la calle de Caballerías y el callejón de san Bartolomé hacia la Rúa Mayor, buscando la Puerta de San Francisco.

Plano General. Logroño Año 1852.

Como se ha visto, en principio la procesión no contaba con pasos; sin embargo estos no tardaron en aparecer. Sabemos, por ejemplo, que ya en 1573 la cofradía encargaba al escultor D. Francisco de Ortigosa, vecino de San Millán de la Cogolla, y al ensamblador D. Juan de las Eras una imagen de Cristo atado a la columna o Ecce homo a semejanza de la que había en una de las capilla de la Colegial de la Redonda, que ajustaban en dieciséis ducados. Esta imagen era portada en la procesión, al menos a mediados del siglo XVIII, por la cofradía de San Crispín, que agrupaba a los zapateros y tenía su sede canónica igualmente en su capilla propia del convento franciscano.

Cristo atado a la Columna.

Ya desde comienzos del siglo XVII, la cofradía poseía, al menos, tres o cuatro pasos más, entre ellos un Cristo clavado en la Cruz, que presidía el retablo de la cofradía en la iglesia conventual franciscana, y una imagen de la Dolorosa. Contaba además con el paso del Nazareno. Este dato lo hemos consignado de manera indirecta ya que en 1605 el escultor D. Pascual Fernández, dando por fiador a D. Mateo Ruiz de Cenzano, tomaba a su cargo la ejecución de un paso de “Cristo con la Cruz a cuestas” para la cofradía de la Vera Cruz de Nájera. Debía realizarlo, según se estipulaba en el contrato, siguiendo el esquema del que había en Logroño.

Cabe indicar, también, que en 1627 la cofradía logroñesa de la Vera Cruz concertaba con el pintor D. Felipe de Arellano un nuevo paso “del Prendimiento de Nuestro Señor Jesucristo” que se componía de “seis figuras de papelón y lienzo, que han de ser la del Salvador, señor San Pedro y la de Judas, [las cuales] han de ser cabezas, manos y pies (...), dos sayones armados y la figurade Malco, que también ha de ir armada, y las armas han de ser vaciadas de papelón y lienzo”. Por último, se sabe que, años más tarde, se incorporaron aún otros pasos, como el de la Virgen de la Piedad.

LA COFRADÍA DE LA SANTA CRUZ EN JERUSALÉN Y NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD.

A la cofradía de la Santa Vera Cruz, erigida en el convento de San Francisco de Logroño y que organizaba la procesión de disciplinantes del Jueves Santo, vino a sumarse otra nueva fundada en el convento de Nuestra Señora de la Merced en la última década del siglo XVI bajo la advocación de “Nuestra Señora de la Soledad y Santa Cruz en Jerusalén”.


Esta nueva cofradía se encargó desde sus inicios de organizar la procesión del Santo Entierro en la tarde noche del Viernes Santo. Los primeros datos documentales que se conservan remiten al año 1595, en que el Regimiento de la Ciudad acordó acudir a dicha procesión, al igual que hacían en la tarde precedente del Jueves Santo, y aportar también los cirios necesarios en atención a “ser tan pobre y la cofradía de tanta devoción.

Poco después, en 1599, la cofradía ya contaba con “una cruz de álamo grande” que portaba en la procesión, así como con una hechura de un Cristo yacente y la propia imagen de la Virgen de la Soledad. Tenía sus imágenes en la capilla que quedaba a la entrada del templo mercedario, a la mano derecha. En 1676 consiguió cerrarla con una reja y, poco después, en 1682 compro su propiedad a la comunidad religiosa, concertándose en la compraventa que los abades y mayordomos tenían derecho a recibir sepultura en su cripta.


Es un hecho cierto que en la ciudad se profesaba gran devoción a la imagen titular de esta cofradía, que presidía el retablo de la capilla. Por ejemplo, en 1717, D. Gerónimo Ybañez Zárate, Inquisidor apostólico del Tribunal de Logroño, dejaba en su testamento una manda de cincuenta misas que debían celebrarse en su capilla ante la Virgen de la Soledad, “devotísima y piadosísima Madre que siempre ha sido de esta su casa y humilde familia”. Y mandaba “que se descubra la santa imagen y enciendan las arañas llevándose de casa la cera necesaria”. Al igual que en éste,  resulta bastante habitual comprobar en los testamentos a lo largo de los siglos XVII y XVIII la solicitud del acompañamiento de la cofradía en los entierros.

Además de la procesión del Viernes Santo, la cofradía celebraba la festividad de su titular en el mes de septiembre. Además de otros cultos y la Misa solemne, se organizaban regocijos populares, contratando danzas ya en 1619 e incluso festejos taurinos, como en 1638, en que se trajeron nada menos que ocho toros. De igual modo, la devoción a la Virgen de la Soledad se comprueba por las veces que la ciudad, singularmente los labradores, acudieron ante ella en rogativas.


Un siglo más tarde comenzaría otro acto significativo en la Semana Santa logroñesa: la función del Descendimiento en la Colegiata de Santa María de la Redonda el día de Viernes Santo por la tarde. Se instituyó en 1694 gracias a la donación que de todo lo necesario para su celebración hiciera el capitán Don Gabriel de Unsaín.

La función del descendimiento y la procesión del Santo Entierro El 20 de marzo de 1694, representado su hermano D. Blas, Beneficiado de la Iglesia de San Bartolomé, el capitán logroñés D. Gabriel de Unsaín (1644-1698), Regidor Perpetuo de la Ciudad y familiar del Santo Tribunal de la Inquisición de Navarra, otorgaba ante el escribano D. Matías de Legaria la escritura de donación del Santo Sepulcro, imagen de Nuestra Señora de la Soledad y demás efectos necesarios para dicha función.

Santo Sepulcro

A partir de la escritura de donación podemos conocer su motivo, que no es otro que: “la particular devoción que ha tenido y tiene (D. Gabriel) en contemplar los dolorosos misterios de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y, en especial, el de su sepultura, y asimismo la Soledad de la Serenísima Reina de los Ángeles, su Santísima Madre, con cuya devoción y memoria ha conseguido repetidos favores de su Divina Misericordia, librándole de manifiestos peligros, así en estos reinos como en los de Nueva España”.


Por ello, “deseando que la dicha devoción como tan provechosa y espiritual se imprima en los corazones de todos los católicos, y que en toda la ciudad se hiciese el día de Viernes Santo de cada año particular función de pasos tan lastimosos, según se ejecutan en las ciudades principales de estos reinos, y para celebrar con viva representación el Paso del Descendimiento de Nuestro Redentor y su sepultura, solicito hacer por su cuenta la hechura del Santo Cuerpo de Jesús crucificado de cuerpo entero, y otra de la Santísima Madre de la Soledad con movimientos y torillos en los brazos y una urna que hubiese de servir de Santo Sepulcro del Sagrado Cuerpo”.


Tomadas ya todas las resoluciones, fue el día 20 de marzo de 1694 cuando se procedió a entregar al Cabildo de la entonces Colegial las imágenes de la Soledad y un Cristo articulado junto con otros objetos, entre los que cabe destacar la urna antes comentada y que en la escritura de donación aparecía descrita como “una caja toda ella de concha fina y ébano, guarnecida de plata de martillo y doce ramos de filigrana de plata con sus macetas de boj los ocho ramos grandes y los cuatro pequeños, rodeada de vidriera de cristal fino”.

Igualmente se hizo entrega de: “una hechura de la Santa Cruz y tornillos necesarios para poner en forma de crucificación el soberano Cuerpo de Jesús, varias almohadas de terciopelo negro, un manto de añascote para la Soledad y unas andas de pino para llevarlas a hombros con ocho almohadillas, y también dos escalas que sirvan para el descendimiento y un tablado para que más cómodamente se ejecute”.


Por lo que se refiere al lugar concreto de ubicación en el templo, lo deja a la elección del Cabildo, con la salvedad de que: “ninguna persona particular ni comunidad alguna se pueda entrometer en la dicha colocación, pues, para en este caso ha de poder usarse las dichas efigies como de las demás que el dicho Cabildo tiene como propias”.


No obstante lo anterior, también se encargó de dejar establecido que para “la guardia y custodia” del dicho Sepulcro se pusiera en su altar una reja con cerradura de dos llaves distintas, una de las cuales estaría en posesión del Cabildo y la otra en poder de D. Gabriel, su hermano D. Blas, o, en su defecto, la persona que designaren de su familia “que fuera más de su cariño y no tenga parentesco con los señores del Cabildo”.

Con todo, las imágenes no tuvieron capilla propia hasta principios del s. XVIII, concretamente en 1701, estando hasta ese momento lo mismo en la capilla de los Ángeles que en la sacristía vieja. Para custodiar la primorosa urna sepulcral, el tallista najerino D. Francisco de la Cueva había ejecutado una especie de gran vitrina con sus cerramientos de madera, que luego se doraron gracias a una manda testamentaria del propio Unsain. El donante, fiel a su propósito de instituir en Logroño la función del descendimiento como se hacía en las ciudades principales, llegó incluso a dejar dispuesto en la escritura de donación el ceremonial que habría de seguirse. Probablemente se inspiró en la función que tenía lugar en Sevilla, donde residía y que corría de cuenta de la Hermandad del Santo Entierro, que la había renovado sustancialmente y engrandecido gracias a las buenas gestiones del presbítero D. Manuel González de Contreras a partir de 1691. No en vano afirmaba el abad D. Sánchez Gordillo que ésta era la función “más solemne de cuantas se celebran en la Semana Santa y así es esperada y vista por toda la gente de la ciudad y fuera de ella”.

En la capital hispalense la función del Descendimiento tenía lugar el Jueves Santo a la hora de la media noche. La cofradía “ponía en medio de lo alto de aquel collado, donde está el oratorio de Colón, la imagen de Cristo Nuestro Señor crucificado, acompañado de los dos ladrones en alto, y al pie de la cruz, las imágenes de María Señora Nuestra y San Juan Evangelista, la Magdalena y las dos Marías con algunas luces, que con el silencio y oscuridad de la noche, cuando a hora competente la gente acudía a ver tal espectáculo, les ponía notable reverencia y devoción la vista de aquel paso que de lejos y aun de cerca tenía representación viva y daba género de pavor y respeto a cuanto le veían, pues volvían devotos y compungidos; y estaba así hasta la hora de las tres de la tarde, para lo cual estaba prevenido un insigne predicador, que predicaba el misterio de la Cruz y el descendimiento que de ella se hizo del cuerpo de Jesucristo benditísimo por aquellos santos varones Nicodemo y José de Arimatea; y al tiempo que llegaba el predicador, se levantaban de entre el auditorio cuatro sacerdotes que estaban apercibidos y vestidos con albas y estolas de ornamentos de color negro, y levantaban unas escaleras y las arrimaban a la cruz y los dos de ellos, uno de una parte y otro de otra, subían por ellas, a hacer el Descendimiento del Cuerpo de Cristo Nuestro Señor, que estaba en ella y con la forma conveniente, dando golpes a los clavos, ciñendo el cuerpo con toallas curiosas y apropiadas, con mucha devoción y reverencia bajaban el cuerpo bendito y los otros dos que habían quedado abajo lo recibían y llevaban el Santo Cuerpo, y lo ponían en brazos de la imagen de la Santísima Virgen, y de su compaña”.

Algo parecido, aunque más sencillo, quiso instituir D. Gabriel de Unsain en su Logroño natal, para lo cual disponía que “el Viernes Santo por la tarde y a la hora en que le pareciese al Cabildo se tendrá función del Descendimiento de la Santa Cruz de Jesucristo Nuestro Redentor y su entierro, para cuyo efecto se ha de colocar su Soberano Cuerpo Crucificado en el crucero o presbiterio y la Santísima Madre de la Soledad al pie de la Santa Cruz, enlutado el tablado, crucero y presbiterio con cincuenta varas de bayeta que dejo para este efecto."


“Y asimismo, ha de hacer sermón propio del Descendimiento, por el cual se dará al orador un doblón de a dos escudos de oro, que valen setenta reales de vellón”. “Y sepultado el Soberano Cuerpo del Redentor en dicha urna se ha de llevar en procesión particular el Sepulcro en forma de entierro, junto con la dicha imagen de María Santísima de la Soledad, por las calles que acostumbra dicho Cabildo hacer las demás procesiones particulares de su iglesia”.

Estas calles eran las antiguas de Herventia, plazuela de san Isidro y Caballería. Así se hizo hasta que, entrado el siglo XIX, esta procesión del Viernes Santo adoptó un recorrido muy similar al actual.


Pero ceremonias tan espléndidas debían conllevar necesariamente una serie de gastos. También esto se tuvo en cuenta en la escritura, por medio de la cual se hacía entrega de quinientos ducados; de ellos, trescientos estaban destinados a la adquisición de fincas, con cuyas rentas o frutos se sufragarían en adelante los gastos derivados tanto de la función como del cuidado y conservación del patrimonio donado; los doscientos reales restantes se destinaban a la construcción del altar donde se habrían de colocar las imágenes.


A pesar de lo anterior, y para asegurarse el donante de la celebración perpetua de la referida función, incluyó una cláusula en la escritura por la cual “el Cabildo se ha de obligar a celebrar dicha función perpetuamente y por siempre jamás aunque en cualquier caso fortuito y mudanza de los mismos tiempos se pierda en todo o en parte el capital de los trescientos ducados”. No le sirvió de gran cosa tal disposición pues hace ya más de ciento cincuenta años que dicha función no se lleva a cabo.

Volviendo a la Semana Santa, cabe indicar que la cofradía fue adquiriendo nuevas imágenes para las procesiones. Se iniciaba el cortejo procesional con una cruz grande, llamada de la toalla. Luego venía el paso del Descendimiento (que afortunadamente todavía se conserva), incorporado en el siglo XVII y que constituía un misterio: el Señor en la cruz, José de Arimatea y Nicodemo subidos en unas escaleras para proceder al desenclavo, y a los pies la Virgen, San Juan y la Magdalena.

Debido al traqueteo de las andas, las imágenes fueron requiriendo reparaciones frecuentes, aunque la más notoria fue la que realizó el escultor y pintor D. Juan José García de Arciniega en 1775. Detrás, y entre los hermanos que alumbraban con cirios, avanzaba el Santo Sepulcro y, finalmente, la Virgen de la Soledad en sus andas. Cerrando el cortejo, los religiosos del convento de la Merced entonando cantos y los miembros del Regimiento de la ciudad. Esta procesión del Viernes Santo se mantuvo en Logroño hasta mediados del siglo XIX.


Debido a la desamortización, el convento mercedario fue destinado a usos civiles si bien su iglesia se mantuvo abierta como ayuda de parroquia de Santiago el Real. Más adelante, y ante el inminente cierre del templo con el fin de convertir todo el inmueble en fábrica de tabacos, la cofradía emigró con sus enseres a la parroquia de Santa María de Palacio, donde instaló su retablo neoclásico, en el que hasta la fecha se ven la imagen del Cristo yacente y, en la hornacina principal, la de la Virgen de la Soledad, titular de la antigua cofradía, desaparecida sin dejar rastro al finiquitarse la aciaga centuria decimonónica.


Desde la desaparición de las antiguas cofradías de la Vera Cruz y de la Soledad a mediados del siglo XIX sólo quedó en Logroño la procesión del Viernes Santo, que se organizaba de manera espontánea con un cierto progresivo papel coordinador asumido por el Cabildo de la Colegiata de Santa María de la Redonda y, más adelante, por el Apostolado de la Oración.

Dentro de este panorama cabe destacar el nacimiento de la cofradía del Huerto de los Olivos en 1882, con sede canónica en la iglesia de Santiago el Real. Contaba con un paso en el que se veía al Señor delante de un olivo en el que se situaba un pequeño angelito con un cáliz en la mano. La vida de esta pionera cofradía fue, no obstante, bastante efímera.


Por esos mismos años, al menos ya en 1889, funcionaba otra cofradía en el mismo templo, la de Jesús Nazareno, que ha perdurado hasta la fecha, como la decana de las penitenciales de Logroño. La cofradía del Nazareno tenía tres pasos: Jesús atado a la columna, Jesús coronado de espinas (también denominado el “medio cuerpo”) y el titular. Desde 1889 hasta 1905 esta imagen era la que actualmente se venera en la ermita del Cristo del Humilladero y desde este último año la popular imagen del Nazareno “antiguo”, también de vestir.


A finales del siglo XIX y comienzos del XX en la procesión del Viernes Santo de Logroño podían verse ocho pasos: la Oración del Huerto, la Columna, Coronación de espinas (medio cuerpo), Nazareno, Calvario, Descendimiento, Sepulcro y Virgen de la Soledad. El recorrido de esta procesión partía del interior de la Redonda y continuaba por las calles Portales, Amós Salvador, Rodríguez Paterna, Mayor, Merced y Portales hasta entrar de nuevo en la Colegiata.


En 1908 la procesión se engrandeció con la incorporación de dos nuevos pasos procedentes de los talleres de Arte Cristiano de Olot. El del Huerto de los Olivos, donado por D. Francisco de Luis y Tomás, que venía a reemplazar al anterior, muy deteriorado; y el nuevo de la Virgen de la Piedad, donado por una devota señora. Ese año llovió y hubo de suspenderse la procesión.

Desde finales de 1915 hasta comienzos de 1922 la Redonda permaneció cerrada por obras, por lo que el culto se desarrolló en la iglesia del viejo Seminario, con entrada por la calle Hermanos Moroy, desde la que salía también la procesión del Viernes Santo. En ella participaban todas las representaciones civiles y militares, un escuadrón del ejército y dos bandas de música. Como dato curioso cabe destacar que en 1927 se vieron por vez primera en Logroño “penitentes con (los) altos y puntiagudos capirotes” que hoy son tan característicos. Participaban también mujeres descalzas con el rostro cubierto tras el paso de su devoción así como niños vestidos de nazarenos y niñas ataviadas al estilo de las dolorosas.

Con la llegada de la II República en 1932 las celebraciones de la Semana Santa se vieron notablemente alteradas pues no se celebraron procesiones salvo en 1935 y el día de Viernes Santo dejó de ser festivo. Durante esos años los cultos fueron internos, destacando una pequeña procesión que se hizo por los claustros de la iglesia de Palacio.


De nuevo en 1937 la procesión del Viernes Santo regresó a las calles logroñesas si bien es cierto que en un ambiente dominado por los avatares de la Guerra Civil. Algunas voces clamaron ya pidiendo la organización de una cofradía o hermandad que se encargara de potenciar la Semana Santa logroñesa. D. Salvador Aragón proponía en el diario La Rioja dar más realce a la procesión incorporando nuevas imágenes y mediante la participación de cofrades “con negros capuchones de raso”.

Viernes Santo de 1935.

Unos años antes, en 1929 y también en las páginas de La Rioja, el redactor que firmaba bajo el pseudónimo de Calicata, mostraba la inquietud que reinaba entre algunos grupos de devotos para mejorar y enriquecer la Semana Santa constatando que “faltan las cofradías”, por lo que lanzaba un reto: “¿Por qué no formarlas? Cofradías que tomaran a su cargo la atención de un paso o de una imagen ( ... ) la de Jesús Nazareno, la de la Dolorosa, la del Sepulcro ... “.


Una vez finalizada la guerra civil en 1939, se comenzó a palpar en Logroño un hondo deseo de llegar a poseer una serie de organizaciones que diesen el rigor y la seriedad necesaria a los desfiles procesionales de la ciudad. Se decidió que se fundaría una hermandad, que con sus hábitos discretamente llamativos llamasen a la piedad y la devoción del Santo Entierro a su paso ordenado por las calles logroñesas. Como respuesta a tantas peticiones, en 1940 se constituyó canónicamente la Hermandad de la Pasión y del Santo Entierro.


Recién fundada la Hermandad , ésta se centró en revitalizar por completo la gran Procesión del Santo Entierro, y a su vez organizar una nueva procesión, la del Encuentro, que comenzó a realizarse en el día de Jueves Santo. El primer lugar donde se produjo El Encuentro fue en la esquina de las calles Sagasta y Mayor.


En 1943 se llevaba a efecto por segunda vez esta procesión del Encuentro, y aproximadamente a las once de la noche, los 303 hermanos con los que contaba la joven hermandad salían hacía la calle Mayor desde la Redonda. Antes habían cantado el Miserere, composición original del maestro Valdés. Portaban estos hermanos la imagen de la Virgen Dolorosa. Al llegar la comitiva al cruce señalado, la guardia romana que abría el desfile simuló el prendimiento de Jesús, que en ese momento era sacado de la Iglesia de Santiago el Real. Formados los soldados romanos condujeron al nazareno desde la Iglesia hasta la confluencia de las calles establecidas, donde se produjo el acto del Encuentro entre las dos imágenes.


Por lo que respecta a la Magna Procesión del Santo Entierro, ésta tomaba más realce con el paso de los años, llegando a participar en ella en 1943 miembros de la división azul recién llegados de combatir en Rusia, formados en piquete de honor con banda de cornetas.


En 1944 salió por primera vez el Santo Cristo de las Ánimas, que se encontraba en los claustros de la Iglesia de Palacio. Fue en el interior de esta iglesia cuando en 1945 los jóvenes de Acción Católica organizaron por primera vez el Vía Crucis para hombres.


En 1946 la Hermandad estrenaba una valiosa cruz y dos faroles de guía, así como nuevas andas para el encuentro, mostrando así el dinamismo de la cofradía. Cada año que transcurría, la Hermandad procuraba mejorar respecto del año anterior, rogando que los hombres y jóvenes logroñeses participasen siendo parte de la misma. Es en 1947 cuando se funda la Hermandad infantil, como filial de la de la Pasión y del Santo Entierro. Sería la encargada de portar el nuevo paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén y sus miembros se encontrarían entre los 8 y los 15 años, pasando a ser miembros de pleno derecho de la Hermandad una vez cumplida esa edad.

1949 fue un gran año para la Hermandad. Tras mucho tiempo en que se abrió una suscripción popular, se consiguió estrenar el nuevo manto para la Dolorosa, que lució majestuosa en la procesión del Encuentro. Es además ese mismo año en el que sale por vez primera la imagen de María Magdalena, escoltada por una gran cantidad de penitentas.


A partir de 1950 la Hermandad sufre momentos de crisis, agraviados por los gastos económicos y el bajo número de hermanos (menos de 500). Se buscaron múltiples soluciones para poder continuar con sus propósitos, hasta que en 1956, la ilusión de los hermanos pudo hacer posible la realización de unas nuevas andas para el paso del Sepulcro.


Con los años los pasos fueron siendo mejorados y ampliados, hasta que en 1966 salió a la calle la Cofradía de las Siete Palabras y del Silencio, completamente independiente de la Hermandad. Poco a poco fueron surgiendo nuevas Cofradías como secciones de la Hermandad, que irían haciéndose cargo de los pasos que se les iría cediendo, otras con pasos que encargaron y sufragaron ellas mismas. Pero esto ya es historia de cada cofradía…


En el año 2000 la Hermandad de la Pasión y del Santo Entierro se convierte en la Hermandad de Cofradías de la Pasión de la Ciudad de Logroño. En 2002 ingresa la Cofradía de las Siete Palabras,la única que no pertenecía a esta hermandad.


La Semana Santa de Logroño está viva. Evoluciona y se mejora año tras año, retomando la ilusión que los fundadores de aquella Hermandad allá por 1940 tenían en hacer de nuestra Semana Mayor una muestra digna y grandiosa de representar la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

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